viernes, 20 de febrero de 2009

CONDENADO

En la lejanía escucha los pasos, como cada noche, como cada momento de angustia. Poco a poco lo intuye y acurruca su miedo sobre el ajado colchón. Respira, porque se lo permiten; llora, porque es un delirio factible para expulsar sus demonios; vive, porque la soga aún pende sin nombre ni fecha. En el patio, sin embargo, se construye su pesadilla, ahogándole en la incertidumbre. En el pasillo persiste el avance de esas botas de suela ruidosa, cuya cercanía interrumpe su sueño en la madrugada. Los pasos se detienen y después continúan regalándole unas horas más de inquietud. Pero ella está al pie del lecho, sabe que le sonríe sin ver su rostro, y que sus ojos son relojes que marcan su fin al mismo loco ritmo de su respiración.

Sus párpados se abren, apesadumbrados, sedientos de luz y de una cara amable. No hay más que hierro y cemento, y ese sudor que le baña. Debajo de la puerta se ha deslizado una carta. Con cuidado la abre, desprendiendo el sello oficial del sobre. El papel resbala de sus manos. "Siento comunicarle..." caen las letras al suelo.


En un despacho lleno de libros de justicia e hipocresía, un hombre de pluma ligera firma el destino de un condenado.

© Mª Teresa Martín González