domingo, 9 de noviembre de 2008

Un bicho en el escenario

Levantó la mejilla del atril sintiendo el pómulo izquierdo totalmente adormecido. Sobre las partituras observó un ligero rastro de lo que parecían ser sus babas, cogió el pañuelo bordado de su solapa y limpió con cuidado el texto musical. Se incorporó. Cerró de nuevo los ojos intentando evitar los ligeros pinchazos que comenzaban a recorrer su dolorido cuerpo, captando los sonidos de aquel auditorio, el olor de la madera vieja y de la cera de pino. Abrió los ojos, dispuesto a admitir en su mente la curiosa imagen que le rodeaba. Los instrumentos aparecían esparcidos por todo el escenario, algunos con graves daños, los músicos dormitaban –presos de la inconsciencia- junto a sus preciados tesoros, desordenados, con los trajes desgarrados y en posiciones difíciles de recrear en un cuadro de Picasso. Durante un instante caviló sobre lo ocurrido, hasta que una mueca transformó su rostro. Recordó con ironía lo sucedido: el ensayo iba perfectamente, la música embargaba cada uno de los asientos vacíos y los palcos adornados para el concierto nocturno. De repente el director de la banda convirtió sus delicados movimientos en incontrolables aspavientos. Entonces alguien gritó: “Un bicho” (debió de ser el tercer flautista, algo cegato y provisto de voz chillona), provocando la histeria. Los taburetes volaron, los instrumentos fueron usados de improvisadas armas y el piano de refugio para los más rápidos, los cuerpos se confundieron y algún infeliz colocó su violín en la cabeza de otro, desatando una gran pelea de una crueldad brutal y la dantesca escena resultante.

Con sigilo guardó su violonchelo, bajó las diminutas escaleras del escenario y se dirigió hacia la entrada a través del pasillo principal. Detrás algunos de los compañeros comenzaban a despertarse, lo notaba por los intensos quejidos que llegaban hasta él. Caminó rozando con sus manos el terciopelo de los sillones, sonriendo, acariciando la idea de ver los rostros de los señoritos y damas, fundidos en sus mejores galas y rizados bigotes, al quedarse sin su concierto de octubre en honor a ellos mismos, a su fatua vida y a la lujosa ignorancia que les vestía. Pisó las hojas secas que se habían introducido por la puerta de servicio, siendo arrastradas hasta la fastuosa entrada. Las miró, hermosas en sus colores otoñales aunque caídas de sus altares. Entonces se paró frente a un grupo de ellas. Allí la vio. Una iguana rechoncha, de un verde imposible y con unos ojos desorbitados retozaba sobre el cómodo colchón. Una carcajada salió de lo más profundo de su estómago, se agachó, recogió “al bicho” susurrándole amistosamente: “Tu y yo nos vamos a llevar bien. Hoy tengo una comida familiar y son bastante aburridas”.

© Mª Teresa Martín González

No hay comentarios:

Publicar un comentario