domingo, 2 de noviembre de 2008

El Cielo Blanco

La joven miró a través del marco curiosa por las nieves que cubrían la avenida. Podía ver como las fachadas blancas apenas se distinguían y los tejados habían cobrado una considerable altura que peligraba la estructura de todos y cada uno de los hogares. No obstante la Iglesia permanecía altanera, mostrando su brazo desafiante. Sobre sus tejas no había ni una sola partícula de escarcha y eso le llamó la atención, es más, su cruz brillaba como si el sol, desaparecido en toda la escena, reflejase sus rayos sobre el metal. Acercó la nariz. No le resultaba difícil apreciar el olor a invierno, a castañas asadas y a leña. Entonces un escalofrío le recorrió el cuerpo. Desde una de las ventanas de las viviendas más lejanas una pequeña figura observaba a través del cristal, parecía triste, solitaria, pero el contorno que se perfilaba en la distancia parecía lucir con la misma luz que la cruz de la iglesia.
−Elisa, vamos, no te quedes ahí parada –susurró la señorita Olvido cogiéndole de la mano-. Son las doce y aún nos quedan muchos más cuadros que ver.
Las dos caminaron por el largo pasillo dedicado a la artista Julia Martín.
−Fue una pintora un tanto loca –susurró despectivamente la institutriz notando la reticencia de su pupila en abandonar la sección. No hay duda que le faltaba más de un tornillo cuando pintó “El cielo blanco”.
−¿El cielo blanco? –repitió Elisa logrando que ambas se detuviesen.
La señorita Olvido miró a su alrededor, entrecerrando los ojos. Una vez que se quedaron solas se colocó las gafas que constantemente resbalaban por su nariz y suspiró.
−Julia Martín fue una gran pintora de su época, hasta que… -la institutriz se detuvo, sorprendida por el rostro de Elisa, la joven nunca había puesto tanta atención en ninguna de sus lecciones-. Fue una gran artista, decía, hasta que su hija murió. Durante años se dedicó a destrozar todo aquello que pintaba. No existía lienzo que sobreviviese a su desesperación y angustia. Un día, más de veinte años después y siendo ella una anciana creó El Cielo Blanco. Cuentan los eruditos, grandes entendidos en el tema, que la figura que se aprecia en la ventana es la imagen de su hija. Otros, menos dados a la realidad y creo yo que profundamente perturbados, han sembrado el rumor de que de vez en cuando el espíritu de Julia se reúne con su hija en el cuadro.
Elisa retrocedió corriendo dejando atónita a la señorita Olvido. Observó de nuevo a través del marco, de las calles, de las casas, y allí, dónde hacía unos minutos había una silueta, ahora se reunían dos en un agradable abrazo. “Intentaste crear un paraíso para estar con tu hija, y al final lo lograste”. El cielo pareció tomar otro cariz permitiendo que las grisáceas nubes mostrasen un sol, aunque pálido, reconfortante, haciendo que la elevada cruz y aquella solitaria ventana brillasen con una inexplicable pureza.

© Mª Teresa Martín González

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