domingo, 10 de febrero de 2008

Tras la cerradura

No era la primera vez que escuchaba esas malsonantes palabras. Aquella noche, sin embargo, dolían más de lo habitual. El tono austero que parecía gobernar al inicio de la cena había derivado en una complejidad de frases, reproches y gestos desafiantes. No había más dominio que la anarquía familiar y el riesgo provocado por un tirano ahora desconocido. Por consejo de su propio instinto de supervivencia corrió hacia su cuarto, donde los juguetes y la puerta forrada de coloridos carteles conseguirían protegerle hasta el amanecer. Él niño miró a través de la cerradura, rezando porque con su desaparición de escena los ánimos se hubiesen calmado. Pero la ira de su padre, lejos de menguar, engulló el poco sentido común que resistía en aquel salón, arremetiendo contra la única persona que aún se atrevía a desafiarle. Miró con impaciencia y temor, apoyando su mejilla a la férrea placa que rodeaba la manilla. Su ojo derecho podía distinguir los acontecimientos desde el otro lado de la puerta, el izquierdo permanecía cerrado con fuerza al igual que sus insignificantes puños.

El primer golpe no tardó en llegar. Aunque aquella severa mano siempre había estado en la antesala de la violencia, era la primera vez que su padre sobrepasaba el límite desde el daño emocional hasta la piel de su madre. Habitualmente solía recolectar él los frutos de tanta furia y maldad. “Mama” gritó el pequeño aún en el temor de que el ogro atravesase su infantil guarida. Le siguieron más golpes, tantos que los puños del niño tomaron el mismo color que el rostro de su madre. Otro golpe, el último, invisible desde su posición de espectador atemorizado. Algo cayó sobre la puerta tapando el agujero. Se hizo la oscuridad, el silencio. Sus manos se aflojaron para abrazar su pecho sin apartar la mirada de su objetivo, esperando una palabra, un susurro, un lamento que le rescatara de la incertidumbre. Finalmente la luz amarillenta atravesó de nuevo la abertura aclarando su pupila. “Tranquilo cariño, ya todo se ha acabado”, escuchó, vislumbrando el lastimado rostro de su madre que por primera vez se permitía una ligera sonrisa.


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