domingo, 30 de diciembre de 2007

Lilith

LILITH

El sueño se desvanece y al final del letargo acompaña una melodía. Procede de una caja de música, tenue, dulce, familiar. Las notas se deslizan hasta mi perpetuo lecho nocturno, sepulcro de mi vanidad y destierro, allí, donde una creciente sed de sangre arrincona mi humanidad.

El sol se ha olvidado de iluminar mi rostro y ya solo el fuego revela mis inmortales rasgos. No hay pulso ni aliento que marque mi estancia en este mundo. Pero aquella música puede conseguir que palpite este corazón abandonado a cualquier síntoma de vida, arrastrándome a una sensación desconocida, apreciando por primera vez desde mil eternidades el rostro de aquel que marcaría mi destino.

Observo el mecanismo que hace surgir las notas, testigos de mi larga letanía. “Lilith”, pronuncian mis labios como una plegaria al deseo de mi propio olvido, mientras el particular sonido se adhiere a mi pálida piel, vistiéndome de recuerdos.

Mi mano detiene el metal en movimiento, parando la música que ha debido despertarme, mientras que con mis dedos rozo el cuello del portador de la labrada cajita de madera.

Ya no hay tiempo para llantos, no hay momento para la angustia y el remordimiento. Ha llegado la hora de luchar, de seguir el destino. Es el tiempo de la esperanza y de la luz.

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